lunes, 31 de mayo de 2010

Dimensiones del lenguaje

La importancia del lenguaje, su redescubrimiento, ya había ocurrido antes, y muchas veces. Para nosotros quizás su primer episodio se debe a Andres Bello, a su consideración de la lengua como ordenadora de la civilidad en América, afirmación que todavía sigue vigente. Su polémica con Sarmiento en “El Mercurio” tenía como fondo esta convicción. Mucho antes, la magna obra de Filon y los Setenta, precedía este reconocimiento de la palabra escrita como ordenadora del espíritu. Mucho después hubo casos en Europa más vertiginosos y dramáticos . Hacia 1920, turbado por las nuevas ideologías, Karl Krauss, el gran conferencista profético de Viena, observaba que la distorsión de la realidad, el desmantelamiento del sistema mayor de valores, comienza por un envilecimiento del lenguaje. Nadie advirtió que casi en el mismo tiempo y lugar las investigaciones de Freud confirmaban a Krauss. Los estudios sobre la psicosis advertían en un plano rigurosamente individual que el gran derrumbe psíquico compromete primero a la palabra, y suscita un enrarecimiento expresivo que es sintomático. Una pesada argumentación clínica ha sostenido hasta hoy lo que parecía un alarde espiritualista en la profecía de Karl Krauss. Pasada ya la guerra, George Steiner fundamentó en un incisivo ensayo aquella profecía largamente cumplida. En lo esencial, señaló con serenidad, el uso del idioma alemán para encubrir la infamia, la práctica degradante de eufemismos, la retórica instrumental que legalizaba lo monstruoso, había privado a la cultura alemana de su proverbial riqueza para mucho tiempo. También Friedlander observó que palabras como “sabandija” o ”limpieza social” sellaron el destino mucho más que las formas ideológicas. Unos pocos nombres nacidos en los albañales, cruzaron la inspiración ideológica y afectaron terriblemente la vida de millones. Esto fué considerado menos de dos décadas después de la guerra. Antes de eso, en 1949, Theodor Adorno, sensibilizado por un impacto similar, había afirmado que no habría poesía después de Auschwitz. Tanto en uno como en otro caso hubo un diagnóstico de parálisis, como si la cultura quedase enmudecida frente a lo que sus propios valores pueden ocasionar. La afirmación de que no habría poesía después de Auschwitz era asimismo una apelación a lo inmodificable del daño, un deseo ético que sea irreductible para la memoria. Paradójicamente, la prueba mayor de que hubo poesía después de Auschwitz fue Paul Celan, quién logró convertir la dimensión imposible de un campo de concentración en la dimensión imposible de la palabra escrita. Volver a perder lo perdido en una nueva lengua, que también era alemana, arañada, arrancada de aquel mismo sonido, desmintió parcialmente a Adorno. Parcialmente, porque el suicidio de Celan, acto casi genérico de los sobrevivientes de los campos, señala que la poesía tampoco es impune- Parcialmente desmentido, porque esa cultura fue afectada gravemente por la catástrofe, y aunque la naturaleza alemana volvió con la ecología, no hay arranque romántico o efluvio de abetos, arroyos y sombras que deje de convocar desde entonces la inquietud y la sospecha. Pero sobre todo lo desmintió porque es precisamente la poesía lo único que habría podido sobrevivir al uso perverso del lenguaje , la que mejor puede persistir, la que guarda entre los contenidos arrasados la semilla indomable de la lengua . Así como en la clínica individual, en el derrumbe psícótico, el discurso desaparece, pero quedan afinidades sonoras, juegos de imágenes, núcleos condensados, formas elementales que no pueden desplegarse, así también la poesía es el último rumor de una lengua que muere y el primero de una lengua que renace. Paul Celan mostraría además que nace allí mismo donde muere.

Enviado por Stella Szoit, participante del taller.

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