sábado, 19 de abril de 2008

Las horas se elevan como humo y plegarias
La ceremonia del sueño ya nos acerca a la muerte
¡No hay vida sin ella!
Son niveles del tiempo
Mi vida quieta y mi muerte muerta
Del silencio implacable sobreviene el estruendo.
Tal vez no he sido yo ningún enigma.
No hay un momento del existir antes que otro existir.
Sólo antes de la cruz.
Los círculos de fuego se devoraron a sí mismos.
La verdad está dicha.

Es del ánimo de la palabra ser dicha
Si estoy en el estribo de una de ellas,
no me llamen a dormirlas;
Llámenme a guardarme en su invisible pureza.
No pago la vida para quedarme ausente de
la oración que eleve la piedad como único
fin y destino.

Quiero saber el nombre de la vida.
Quiero salvar a mi padre elemental.
Ser los ojos de los ciegos del alma
y esperarme a mí misma, yo: mi desconocida.
Cuando abra mis ojos, la pesada niebla del sueño
me hará descubrir la ausencia.
Aún así el resplandor que me aturde en sospechas
de mi despertar, me traerá la voz liviana y pura,
mezclada con el aire que de mí parecías haberte llevado.
Hace tiempo dejé de tener frío.
Hay un fuego; una involuntaria procesión
al dolor vivo.
El hechizo del miedo y su insomnio me trajeron
la revelación de permanecer en tu quietud, dormida.
Quedé de pie entre altas olas de un mar de arena
y sacrificios que parecen ser golpizas.
Tengo muertes ya vividas y recorridas.
¡y recurrí a las tempestades para recuperar el aire!

Karina D. Chiarel (colaboradora externa del taller)

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