Hay un lugar en el centro de la tierra en el que un océano se disuelve dentro de otro en un amor negro y sagrado; por eso las ballenas de un mar conocen canciones del otro, por eso una cosa se transforma en otra y la arena cae en el reloj hacia otro tiempo. Una vez vi un feto de ballena en un bloque de hielo brillante. No era ballena todavía pero tenía la sombra de una cara humana y dedos que le habían crecido antes de desaparecer, de convertirse en aletas. Era un hijo del mundo del agua en curvas y ahora estaba cuadrado, frío, diminuto. A veces, la nostalgia mía viene de cuando me acuerdo del territorio de comienzos cruzados cuando las ballenas vivían en la tierra y nosotros salimos del agua hacia nuestras vidas en el aire. A veces, de la taza derramada de un chico que pasó a través de todos los elementos y entró al pliegue humano, pero cuando lo di vuelta vi que no quería vivir en el aire. Apenas acababa de perder las huellas de las branquias y ya era un miembro del clan de los cruces. Como las mareas del agua, quería volver. Yo hablé a través de los elementos mientras él se iba y le dije, Ve. Fue como los caballos salvajes esa noche de niebla. Atravesaban el río a nado. Oscura era ese agua, más oscuros, los caballos, y después, ya no estaban. |
lunes, 25 de octubre de 2010
LINDA HOGAN
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1 comentario:
poema traducido por Márgara Averbach para la cátedra de Literatura Norteamericana de la facultad de Filosofía y Letras, UBA.
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